Estrenamos a diario un ansia y una sed inconfundibles. Nos despertamos cada día con un deseo inédito. Experimentamos la pulsión incontenible de realizarnos y conseguir la plenitud. No hay existencia humana sin deseo. Pero, sí la raíz del deseo no es amor, resulta un afán truncado que se curva sobre sí y aboca al fallo de uno mismo como persona.