Los Ejercicios de Ignacio de Loyola son un libro clásico de la espiritualidad
que goza hoy todavía de gran actualidad, como muestran
los muchos estudios sobre él y su utilización masiva en las tandas
de ejercicios y retiros. Su autor pertenece al siglo XVI, está marcado
por la sociedad y la Iglesia de su tiempo, e intenta responder a la crisis
de la Reforma y la Contrarreforma con su método de Ejercicios.
La pregunta es si su aportación sigue teniendo vigencia hoy y, en
caso de tenerla, cuáles son los límites y los complementos que necesitaría
para responder a los problemas actuales. Un mero análisis
de la espiritualidad ignaciana, y de la jesuita que lo ha continuado,
centrado en estudiar sus fuentes, influjos y componentes teológicos,
llevaría a una arqueología del texto y correría el riesgo de responder
a cuestiones que hoy no se plantean y pasar de largo ante
las actuales. De ahí la necesidad de un aggiornamento, que necesariamente
será crítico y a veces provocador y corrector de su obra.
Hay que recibir la espiritualidad de Ignacio e ir más allá de él, completándolo
y dejándose inspirar por la letra y el espíritu de sus Ejercicios.
Renovarse para no ser una pieza de museo es el dilema de su
libro, al que quiere contribuir el presente comentario.