¿Aún es posible la metafísica, o es mejor dedicar todos los esfuerzos a conseguir la propia felicidad? De responder a esta pregunta se ha ocupado, en buena medida, la reflexión filosófica de los últimos cien años.
Mientras que Heidegger considera que la metafísica ha tocado a su fin, Jaspers defiende que es el único camino del que dispone el conocimiento humano para alcanzar la trascendencia. En este sentido, la comunicación con el otro, a través del diálogo racional, se convierte en una posible vía de acceso a lo inefable. Y aunque esto resultara imposible y constituyera un fracaso intentarlo, al menos estaría prestando un servicio impagable a la sociedad: cuestionar que cada individuo se enclaustre en el mero ser-ahí, que destruye la esencia de lo humano.
Cuando en 1927 Heidegger publicó Ser y tiempo, muchos empezaron a plantear que la filosofía abandonaba el pasado y se abría a la lógica de un pensamiento nuevo. Frente a esta posición generalizada, algunos pensadores como Jaspers criticaron la insuficiencia de los planteamientos en boga y defendieron una filosofía de la existencia donde la búsqueda de la verdad y la implicación política luchaban por abrir grietas en el muro de la finitud y de la desesperanza.