En mayo de 2024, el papa Francisco convocó el Jubileo
de la Esperanza, con la finalidad de recordar, en el año
2025, que Jesucristo vino a salvarnos. Una buena
oportunidad para hacer balance de nuestras vidas,
porque la esperanza es una fuerza transformadora
capaz de cambiar la manera en que nos situamos en la
vida, abriendo nuevos horizontes incluso en circunstancias
adversas, buscando alternativas, compartiendo
con otros y apoyándonos mutuamente. Ciertamente,
también la autosugestión influye en la forma en que
hacemos frente a la vida, y puede favorecer positivamente
la toma de decisiones. Sin embargo, no deja
de ser un proceso psicológico mediante el cual una
persona se influye a sí misma a base de repetir
afirmaciones, emociones o comportamientos. En este
sentido, se distingue de la esperanza, que implica
«creer» en el futuro con la certeza de que la historia de la
humanidad y la de cada uno de nosotros no se
dirige hacia un punto ciego o un abismo oscuro.
Además, el fundamento de nuestra esperanza «jubilar»
no es un sentimiento sino una persona, el Señor Jesús,
que reconocemos vivo y presente en nosotros y en
nuestros hermanos porque ha resucitado. Por
ello, será siempre positivo vivir esperanzados a pesar de
los retos y las contradicciones, intentando motivar a que
otros «vivan» según la lógica y el ejemplo de Jesús.