La filosofía de la naturaleza es la ciencia filosófica que ha
sufrido más altibajos a lo largo de la historia. En el mundo
clásico está en el centro del pensamiento y constituye la piedra
de toque de las escuelas; durante la Edad Media ocupa
una posición subalterna, aunque importante, dentro de una
cosmovisión que ve en el universo la creación de Dios. Con
el giro antropocéntrico del Renacimiento aparece un nuevo
enfoque en los estudios naturales, conjugando las matemáticas
con la experiencia. Al mismo tiempo, la física filosófica
recobra importancia y se convierte en escenario de pugna por
la primacía. Con el Barroco la ciencia natural alcanza definitiva
madurez y pone en apuros el viejo esquema unitario del
saber. La crisis se ahonda durante la Ilustración; Immanuel
Kant hace un último y agónico esfuerzo para restablecer la
situación, pero fracasa y la ruptura entre ciencia y filosofía se
produce a comienzos del siglo xix, sin que hasta el momento
se haya dado la reconciliación. La filosofía todavía lucha por
recobrar una identidad consensuada y la ciencia se ve confrontada
con desafíos cada vez más difíciles de sobrellevar
por sí misma. En estas condiciones, la filosofía natural tiene
una oportunidad de recobrar sus fueros y contribuir eficazmente
a reparar la reinante atomización del saber.