En las últimas décadas se ha impuesto, incluso entre algunos católicos, una
suerte de leyenda rosa sobre Lutero en particular y la ruptura protestante en
general. De acuerdo con ella, la revolución luterana habría conllevado
efectos mayormente benéficos para Europa y el fraile habría sido un hombre
de nobles ideales que, comprometido con la Iglesia católica y atribulado por
su corrupción, acometió una reforma que la institución pedía a gritos y que
nadie se atrevía a emprender. En el presente ensayo, José Enrique Bustos
se propone refutar las dos grandes premisas en las que se funda esta
leyenda: ni Lutero pretendió reformar la Iglesia ni las consecuencias de su
revolución han sido esencialmente benéficas. Muy al contrario, angustiado
por unos pecados de los que no lograba zafarse, el fraile agustino fracturó la
cristiandad preexistente y pergeñó una doctrina ad hoc en la que cabe
rastrear el origen de buena parte de los males que afligen al Occidente
contemporáneo.