Entre los siglos IV y VI tuvo lugar un importante florecimiento del monacato
primitivo en Palestina. Su principal legado ha consistido en proponer una
forma práctica de seguir a Jesús, que puede ser compartida indistintamente
por monjes, clérigos y laicos.
A fin de aprender a poner en práctica la voluntad de Dios y renunciar a
la propia voluntad, esencialmente egoísta, el creyente ha de asumir que
necesita una relación de acompañamiento espiritual. Los directores, con
sus indudables limitaciones, se convierten entonces en intérpretes del
Señor y compañeros de camino en el camino hacia la perfección.
El lector se adentra en un mundo y una forma de vida espiritual que,
paradójicamente, conservan una asombrosa actualidad y aportan nueva
luz en el seguimiento seguro de Cristo.