El argumento central del Nuevo Ateísmo de Richard Dawkins, Daniel
Dennett, Sam Harris y Christopher Hitchens es que durante varios siglos ha
habido una guerra entre la ciencia y la religión, que la religión ha estado
perdiendo constantemente esa guerra, y que en este momento de la historia
de la humanidad se ha elaborado un relato científico completamente secular
del mundo con un detalle tan exhaustivo y convincente que ya no hay
ninguna razón por la que una persona racional y educada deba considerar
las afirmaciones de cualquier religión como algo digno de atención. Pero,
como sostiene Edward Feser en La última superstición, en realidad no hay,
ni ha habido nunca, ninguna guerra entre ciencia y religión. Por el contrario,
ha habido un conflicto entre dos concepciones totalmente filosóficas del
orden natural. El ateísmo y el secularismo modernos han dependido siempre
de la insinuación de que la imagen moderna y mecánica del mundo ha sido
establecida por la ciencia. Sin embargo, esta imagen «mecánica» moderna
nunca ha sido establecida por la ciencia, y no puede serlo, ya que no es una
teoría científica en primer lugar, sino simplemente una interpretación
filosófica de la ciencia. Las verdaderas razones de su popularidad eran
entonces, y son ahora, principalmente políticas: era una herramienta
mediante la cual se podían socavar los fundamentos intelectuales de la
autoridad eclesiástica y abrir el camino hacia un nuevo orden social secular y
liberal orientado hacia el comercio y la tecnología.