Los dos solos, la luna, la cúpula de la Basílica de San Pedro y las estrellas.
Hablamos de todo lo que habíamos vivido hasta entonces y nos juramos
amor mientras comíamos ante aquella maravillosa vista. Dudaba de si
sería allí donde me pediría matrimonio, porque hacía semanas que mis
piernas temblaban cada vez que decía mi nombre de aquella manera tan
especial, y aún no me lo había pedido oficialmente. Pero aquella noche
había algo diferente en sus ojos. Se percibía la misma decisión que cuando
él estuvo preparándose para el juramento de dar su vida por el Papa. Tenía
una contemplación interior muy profunda.