Con el Adviento, empezamos la preparación de la Navidad. Necesitamos una gran esperanza. De lo contrario, se nos secaría el corazón. Una persona sin esperanza es como un peregrino que camina sin rumbo, a ninguna parte. Es como un parado que no tiene nada que hacer y se limita a dejar pasar los días y los años en la desesperación. Empecemos, pues, el Adviento con la misma ilusión con la que un estudiante espera las vacaciones; con la misma emoción con la que una madre espera a su hijo. Con el mismo amor que se tienen una pareja de jóvenes enamorados locamente. Cuando buscamos a Dios, pronto será Navidad.