Participar en la Santa Misa es dejarse sentar por el Señor a la doble mesa a
la que nos invita, la de su Palabra y la de su Cuerpo y Sangre dados en
comunión. La primera mesa, la de la Palabra, es una preparación para
comprender mejor la Eucaristía, prodigio de misericordia que constituye el
grado más alto de intimidad con Dios: Él en mí y yo en Él. La Eucaristía es el
camino hacia el Corazón del Padre,que en Cristo nos revela el amor único y
personal que nos tiene. Escuchar, amar y guardar la Palabra divina nos
conducen a descansar en Cristo, y en Él, en el Padre. En esa intimidad
escuchamos: «Tú eres mi hijo, el amado; en ti me complazco». El día de
nuestro bautismo, Dios hizo morada en nuestro interior. Desde entonces, Él
nos cuida, nos protege y se preocupa por nosotros. Y si somos la
preocupación de Dios, también Él tiene que ser nuestra preocupación. Por
eso necesitamos ahondar en su Palabra, para recibir sus enseñanzas y
hacer que nuestra existencia sea un Evangelio vivo.