Consciente de que ya el propio titulo de esta reflexión puede
suscitar controversias, lo reafirmo sin rubor alguno. Pero hay que
aclarar... Una declaración antitaurina que brota del catolicismo no
significa, viceversa, el afirmar que un partidario de esa fiesta no
tenga fe. Pero si significa que hay aspectos de la cosmovisión que
origina esa fe que aún no ve, que no ha integrado. Por tanto, no se
trata de descalificar personalmente a nadie. Obviamente, en un
debate de este tipo, si van a aparecer argumentaciones morales y
espirituales de signo excluyente, es decir, situadas en un claro
ámbito de bien y de mal. Pero la intención es hacer ver (...) El que
intentemos argumentar desde una postura específicamente
cristiana quiere mostrar asimismo y ante una acusación habitual,
que nuestra posición no es sumisa de ideologías extrañas a la fe o
directamente anticristianas. Pero tal independencia tampoco
significa encapsulamiento, o una actitud sectaria: se pueden valorar
y acoger- intuiciones, ideas, indicaciones, intenciones, amores... de
muchos lugares en cuanto se corresponden con la verdad. Aquí
viene al caso acudir a aque-lla rotunda afirmación pronunciada por
Santo Tomás respecto a la verdad: la diga quien la diga viene del
Espíritu Santos (...) De todos modos y en nuestro caso, realmente
lo tenemos fácil: para quien quiera escuchar, hay testimonios en la
historia de la espiritualidad cristiana clamorosos en relación a este
vínculo misterioso del ser humano con las demás criaturas, y hay
sobre todo, un corpus magisterial extenso y profundo pronunciado
de modo insistente por los tres antecesores de León XIV: San Juan
Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Es cuestión de aplicarlo, con
valor, sin prejuicios, de modo firme y sereno, a este caso, la
tauromaquia» (De la Introducción)