La vida consagrada, según L. A. Gonzalo Díez, está inmersa en un cambio de época que es luz y faro en la misión. No solo se constatan la debilidad de fuerzas en este presente, sino las nuevas posibilidades de presencia, signo y misión en la nueva cultura. El Espíritu, según el autor, pide gestos inéditos, nunca sospechados por la tradición, porque en ella no están. No se trata de estrategias para la supervivencia, sino de encontrar razones que muestren la significatividad de nuestra vida real para la navegación de Dios por este siglo.