Un cuerpo como es la vida consagrada de nuestro tiempo,
puede generar también estilos de liderazgo gastados, sin vitalidad,
ocupados únicamente en reiterar aquello que saben hacer y
proponer, porque se hizo cuatro décadas atrás con aparente
resultado entonces.
Será un liderazgo que funcionará en las formas sin tener capacidad
alguna para incidir en el fondo. No importa que los niveles de
convivencia sean estrictamente formales, el caso es que podamos
reflejar en un papel que se celebró una reunión, que la participación
fue numerosa o que los participantes sonrieron. El liderazgo
administrativo se preocupa de que existan temas, a ser posible
muchos, le encanta la incidencia en la organización jurídica y
jerárquica, la elaboración de estatutos, pero no es seguro que tenga
visión para anunciar el mañana.
Hay dos cuestiones que están empezando a ser preocupantes
como consecuencia de ese vacío de incidencia de un liderazgo
testimonial y animador. La más grave es la debilidad en el
crecimiento en la fe de las comunidades. Si no se testimonia la
experiencia de fe, no se crea un ambiente propicio para compartirla,
se reduce al ámbito privado y en consecuencia a la soledad
creyente. Y, en segundo lugar, que el liderazgo administrativo tiene
una única pretensión y es que las cosas discurran sin sobresaltos.
Para ello se gradúan frecuentemente las relaciones y los círculos
de confianza. Se habla mucho de participación y de cuerpo
congregacional, pero, en realidad, no se cuenta con la realidad
congregacional, solo con algunas personas, siempre las mismas.