En la historia del cristianismo, el siglo II tiene cada vez más importancia. No solo es el eslabón que conecta el nacimiento de la Iglesia y su institucionalización en los siglos III y IV, sino que anticipa los rasgos de su fisonomía futura.
Una de las claves de este periodo, a menudo olvidado, es el incremento de los creyentes venidos de la gentilidad y su paulatina visibilidad en la sociedad grecorromana, que los convertirá en una amenaza para el modo de vida imperante.
En el interior de la Iglesia, se inicia el cambio de las estructuras y del liderazgo para salvaguardar el equilibrio entre la rica pluralidad de los distintos grupos y la unidad que ofrece una regla de fe compartida. Por otra parte, la estima de los cristianos por los libros y la escritura hace que se asemejen más a una filosofía de vida que a una religión. En esta línea, desarrollarán una literatura apologética para defenderse y fijarán el canon de los textos que se consideran Palabra de Dios.
Cuando el siglo II llegue a su fin, el cristianismo ya habrá provocado en la sociedad algunos cambios que anuncian el comienzo de una nueva época.