Cuando una persona es llamada a la vida
consagrada, ¡con cuánto respeto acometemos
la misión de acompañarle en su camino
de confi guración con Cristo!
El Espíritu Santo, formador por excelencia,
nos hace tomar conciencia de la fuerza
de la gracia, capaz de abrir los corazones a
su perdón, su bondad, su misericordia. Desde
ahí, desde la conciencia de ser hijos infi
nitamente amados, la vida consagrada no
es sino respuesta fi lial a ese amor infi nito.
La formación quiere ser escuela de santidad
en la que aprendamos a vivir conforme
a esta condición de hijos, para crecer en
nuestra vocación. Una formación que quiere
labrar en nosotros una existencia cristiforme,
para que cada vez seamos más semejantes
al Hijo.