El grito del pobre es el que surge del corazón de tantas personas que sufren la guerra y el terrorismo, los campos de refugiados, las cárceles, los hospitales, los centros psiquiátricos o las familias rotas. El corazón de Dios está sediento de darnos vida, de amarnos. ¿Cómo comprender entonces, al Espíritu Santo, anunciado por Jesús antes de su partida, sino como el que responde al grito, como el verdadero y auténtico Paráclito, aquel que viene en ayuda de nuestra debilidad para hacernos vivir mejor?
Ese Paráclito es el que nos comunica hoy su fuerza.