Nuestra generación ha crecido entre las ruinas de antiguas certezas. Nacimos mientras caían. Somos hijos del fragmento, pero el fragmento no nos inquieta porque la alternativa de las grandes moles compactas no nos atrae ni nos convence. Han producido demasiadas víctimas como para contar en ellas. De aquí que se pueda esperar un tiempo nuevo en el que visiones que hasta el presente han competido entre sí descubran que se necesitan mutuamente. Alcanzar esta síntesis no es una tarea fácil, porque no se establece en el mismo plano que sus antinomias, sino en un ámbito de mayor profundidad donde cada una de ellas es convocada más allá de sí misma.