El integrismo, cuando no ha sido controlado, ha sido y sigue siendo una actitud bastante espontánea en la sociedad creyente, pero que puede resultar inquietante para la vida comunitaria y disgregadora de la comunión eclesiástica. No pocos obispos, sacerdotes y laicos integristas, en estos últimos dos siglos, han debilitado la convivencia gravemente. Históricamente, la mayoría de los cismas eclesiales se deben a los integristas y, aunque parezca lo contrario, no tanto a los progresistas. Aunque no cabe duda de que la intolerancia puede darse con la misma intensidad en un lado y en otro.