Los Evangelios dicen de Cristo que se entristece, que llora, ¡incluso que se
enfurece y se indigna!, pero no llegan a decir nunca que sonría. Es como si
hubiera asumido todas las expresiones humanas salvo la risa, lo cual ha
hecho pensar prolijamente a los teólogos: ¿cómo es posible que Cristo,
perfecto hombre, no haga algo tan específicamente humano como
(son)reírse? ¿No es ya eso una broma? G.K. Chesterton terció en este
debate afirmando que Dios había ocultado su alegría al hombre porque era
algo demasiado grande para mostrárselo. En Gracia de Cristo, Enrique
García-Máiquez, que es chestertoniano para todo salvo para esto, contradice
al maestro y sostiene, primero, que basta una lectura atenta de los
Evangelios para imaginar las (son)risas de Jesús y, segundo, que Éste no
sólo reía sino que fue, además, lógicamente, el perfecto humorista: no dejó
ni uno de los géneros sin cultivar, ni siquiera los humores marrón y negro. El
autor glosa en este ensayo los momentos más luminosos, ¡los más
desternillantes también!, de la vida de Cristo y nos muestra que los
Evangelios pueden leerse como la mejor comedia jamás escrita: qué
existencia tan graciosa, la de Jesús, y qué final tan insuperablemente feliz.